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6/14/2011

Capítulo I. La extraña mañana

Nunca pude imaginar que acabaría siendo una adicta a la seda dental, aquella mañana la necesitaba como si de una droga se tratase, no podía acudir a una entrevista de trabajo con  restos del desayuno entre los dientes. Miré le reloj, apenas disponía de unos diez minutos para vestirme y salir por la puerta hacía mi tropecienta mil entrevista de trabajo. Me dirigí hacía mi habitación, abrí el último cajón de mi mesilla de noche y saqué ese  par de medias nuevas que me habían costado un ojo de la cara, las extendí en el aire y comenzé a ponermelas. Dejé el albornoz sobre la cama. Me miré al espejo y pensé que tal vez antes de morirme de hambre podría utilizar ese cuerpo que dios me había dado para alimentarme. Sacudí entre risas esa idea de la cabeza. Abrí el armario para buscar el traje de las entrevistas de trabajo. El traje en cuestión lo había comprado en unas rebajas del Corte Inglés hacía al menos tres años, a lo mejor esta vez tenía la suerte de mi lado y dejaba de ser eso, el traje de las entrevistas para pasar a ser uno de mis trajes de trabajo. Me puse el pantalón negro a toda prisa, abotoné la chaqueta de rayas y fui en busca de mis zapatos de tacón; zapatos únicos y reservados exclusivamente para las ocasiones especiales, y esta era una buenísima ocasión para usarlos. Una última mirada en el espejo de la entrada. Estaba perfecta. Mientras rebuscaba en el bolso las llaves, encontré una cajita blanca muy familiar, allí estaba la ansiada y buscada seda dental, miré el reloj y aunque ya era un poco tarde, no dudé en pasar al baño y darme una pasadita por mis dientes con el hilo dental. Ahora ya si estaba lista para enfrentarme al injusto mundo laboral que, rehusaba mi experiencia profesional una y otra vez.
Me monté en el ascensor, presioné el botón del sótano, pero la cajita voladora decidió invitarme a un paseo vertical, aparecí en el piso décimo, volví a meterme dentro del ascensor y pulsé el piso primero, noté que esta vez si bajaba, de pronto volvió a detenerse, pero inmediatamente se puso a funcionar  y no me dio tiempo de abrir la puerta, continuó bajando hasta que se detuvo en el piso tercero, el miedo fue mi compañero en este extraño trayecto asi que, abrí la puerta y bajé los pisos  que quedaban hasta el portal andando.
Cuando salí a la calle sentí como el olor del aire fresco envolvía la mañana. Andé hasta la parada del autobús y me senté a esperar..
En aquella espera estaba acompañada por gentes muy diferente. Sentado  se encontraba un señor ya cercano a la jubilación, una  mujer de unos cuarenta años con un niño y un joven con una mochila. El hombre mayor lucía un abundante y cuidado pelo blanco, me sorprendió el hecho de que un hombre entrado en años no tuviera la coronilla sin pelo o entradas en la frente, vestía  impecablemente, tal vez como lo hacía desde su juventud, con camisa blanca, chaqueta de punto fino en color gris, sujetaba sus pantalones con unos llamativos tirantes rojos; pantalones que llevaba subidos casi hasta el sobaco dejando a la vista unos clásicos calcetines blancos de tenis con sus dos rayas, una roja y otra azul marino, en esos momentos en que andaba absorta en mi observación sobre el caballero, llegó el autobús. En primer lugar subió la mujer con el niño, después yo,  y tras de mí el resto de viajeros. incluido el caballero de los tirantes, quien se sentó  en la parte de atrás, muy cerca de mí. Saqué de mi bolso un folleto del carrefour que había cogido el día anterior de mi buzón que me serviría para hacer más ameno el trayecto en autobús. De repente  sentí que algo me  golpeó en la mejilla y casi se me mete en el ojo, Pensé que sería un insecto cualquiera que había chocado conmigo, pero un ruidito acompasado y muy familiar, algo así como un clack, clack, clack llamó mi atención hasta el punto que dejé a un lado el folleto del carrefour para buscar la fuente de semejante clacketeo, en mi busqueda de nuevo algo chocó contra mi pecho, se trataba de algo entre amarillento y blanco, horrorizada decubrí que se trataba del fragmento de una uña, inmediatamente me dí la vuelta y ví como el señor del cabello blanco entretenía su trayecto de autobús cortándose las uñas con su cortauñas. El chico de la mochila que se sentaba en la fila de al lado, me miró y explotó con una carcajada. Me levanté y me fui a la otra punta del autobús dudando entre la sorpresa y la indignación  lanzando una serie de palabras nada agradables dirigidas al señor del cabello blanco, quien continuaba con su labor como si estuviese en el baño de su casa. Miré a mi alrededor, observé que  poco a poco la gente nos ibamos apelotonando cerca del conductor alejados de los proyectiles de adn muerto que salían disparados hacia cualquier lado en unos cuantos asientos a la redonda.  Me apeé en la siguiente parada para tomar el metro , quedándome con  la duda sobre el final del asunto. Me hubiese gustado ver por mí misma, si también el hombrecillo estaba dispuesto a cortarse las uñas de los pies en el autobús, y solté una carcajada, ahora me reía, pero casi vomito cuando descubrí que  aquello que saltaba y chocaba contra mi persona. no era un insecto, o arena, sino un repugnante pedazo de uña amarillenta de alguien un poco guarro. Ahora esperaba a cruzar el semáforo para encaminarme hacia el metro.
Esperar que le semáforo se pusiera verde para los peatones no era algo habitual en mí, normalmente solía cruzar la calle sin atender al semáforo, más bien cruzaba la calle cuando no aparecía ningún vehículo  que pudiese atropellarme,  nunca utilizaba  los pasos de peatones para atrevesar la carretera, siempre  pasaba al otro lado por donde me venía bien, pero en esta ocasión un policia municipal nos hizo esperar y nos dió paso  a todos los peatones cuando el muñequito del semáforo se puso en verde. Comencé a caminar de nuevo hacia el metro y miré el reloj para comprobar que tal iba de hora,  me peercaté de que llegaría tarde a la entrevista, en esos momentos sentí que alguien me agarraba del brazo, el corazón me dio un vuelco, el temor desbocó mis pulsaciones en esos pocos segundos,  me volví y comprobé entre asutada y sorprendida que era el policia municipal quien sujetaba mi brazo.
- Buenos días, señorita- garraspeó como si le diera apuro dirigirse a mí- Se le ha caído esto cuando cruzaba el semáforo- El policia me entregó un monedero, se despidió y se dirigió de nuevo a su puesto para continuar dirigiendo el tráfico. La sorpresa sumada al susto me dejó paralizada entera,  sin reacción,  sin poder  emitir sonido alguno y sin ni siquiera  poder constestar al policia para decirle que aquel monedero monograma y multicolor de Louis Vuitton no era mío. Allí, aún pretrificada por el susto, miré la hora,  suspiré, era demasiado tarde como para perder más tiempo en  perseguir al policia y explicarle que ese monedero no era mío. Seguí caminando deprisa hacia el metro mientras pensaba que cuando saliera de la entrevista, llevaría ese monedero a comisaría para que se lo entregasen a su verdadera dueña, o mejor, yo misma me pondría en contacto con  ella. Guardé el monedero en el bolso sin molestarme en mirar su contenido, el tiempo se me echaba encima y no quería perder la oportunidad que se me presentaba para trabajar de nuevo...
¡Voy a llegar tarde! pensé mientras miraba de nuevo el reloj,  en esos momentos recordé el conejo blanco de ojillos rosados del cuento de Alicia en el país de las maravillas, aquel conejo no hacía otra cosa que mirar su reloj y repetir la misma frase que yo, entonces comprendí la inquietud y  el agobio que la falta de tiempo  hacia sentir a este  personaje del cuento,  al menos eso era lo que me ocurría a mí.
Por fin llegué a la estación, saqué el billete de la máquina y lo pasé por la entrada, miré los paneles informativos y bajé hacía el andén correcto. De nuevo tenía que esperar unos minutos; minutos que eran vitales para mí, no me senté, me puse a pasear de un lado para otro como terapia para calmar así los nervios que se habían apoderado de mí cuando el policia había sujetado mi brazo, este recuerdo trajo a mi memoria el monedero que me había entregado el policia, me asaltó una curiosidad enorme por ver que contenía esa cartera. Metí la mano en el bolso en su busca y después de unos segundos de revolver entre todos aquellos objetos que contenía mi bolso, rocé algo que podría ser la cartera,  lo saqué y efectivamente allí estaba  tan divertida y colorida, jugaba con la  marca Louis Vuitton, y con dibujos clasicos de esta casa , la acaricié para comprobar si era auténtica, y efectivamente  parecía de piel, si era una Louis Vuitton auténtica debería de andar por los seiscientos o setecientos euros, también podría ser una buena falsificación. En este instante los paneles luminosos anunciaban la llegada de mi metro al andén, volví a guardar el monedero en mi bolso. Se abrieron las puertas del metro y entré al vagón mirando de nuevo el reloj...


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